La "mesa revuelta" del septenio 1967-1974

Ekaterinodar

Antes de la Revolución Socialista de Octubre Krasnodar se llamaba Ekaterinodar, nombre que traducido literalmente del ruso significa "Regalo de Ekaterina". Era una fortaleza de los cosacos del Kuban fundada en 1793 durante el reinado de Catalina la Grande.

Según la fábula Catalina II, zarina rusa de conducta licenciosa, idolatraba las figuras esbeltas de los cosacos, hombres fuertes de facciones correctas. Con el fin de conservar e incluso mejorar las futuras generaciones de estos hombres Catalina II, durante un viaje ceremonial por las provincias del sur de su Imperio, pidió a su amante y favorito Grigori Potyomkin - Gobernador General de las provincias adyacentes al Mar Negro - que eligiera entre las familias siervas a aquellas que tuviesen las doncellas más hermosas y las trasladase a vivir a Ekaterinodar, esperando que los cosacos se casasen con ellas y tuviesen muchos hijos en la felicidad.

Al ver la belleza de las mujeres de Krasnodar yo me rendí ante la evidencia de que la bonita fábula respondía a una realidad.

Kropotkin

En la ciudad de Kropotkin construíamos un Complejo industrial de producción de piezas prefabricadas para las grandes obras de regadíos y avenamiento de terrenos relacionados con el funcionamiento del Mar artificial de Krasnodar - entonces en construcción - que permitió en el transcurso de cinco años duplicar la producción de arroz en la URSS.

Antes de la Revolución de Octubre Kropotkin era un caserío llamado "Jútor de Románov". En 1921, año en que falleció Piotr Kropotkin - príncipe ruso, geógrafo, geólogo y revolucionario teórico del anarquismo, que permaneció en la emigración más de 40 años y tuvo varios encuentros con Lenin - el "Jútor" fue bautizado con el apellido de este famoso ciudadano, autor entre otros muchos trabajos políticos de "La conquista del pan" y "Apuntes de un revolucionario".

Las Enciclopedias soviéticas preferían guardar silencio sobre los conceptos políticos de esta personalidad. Y es que ya en 1906 - cuando Stalin afirmaba que la dictadura del proletariado en Rusia

... será la dictadura de toda la clase proletaria sobre la burguesía, y no la dominación de unas cuantas personas sobre el proletariado...

- Piotr Kropotkin explicaba en sus obras que:

... nosotros, los anarquistas, ... sabemos que toda dictadura, por honestos que sean sus propósitos, conduce a la muerte de la revolución. Sabemos... que la idea de la dictadura no es más que un producto pernicioso del fetichismo gubernamental, que... siempre ha aspirado a eternizar la esclavitud.

En la Unión Soviética el concepto dictadura del proletariado dejó de existir en 1959, cuando, según la opinión de los entonces dirigentes del PCUS, ya se había alcanzado la era socialista. En lo sucesivo, hasta la construcción completa de la era comunista, dicha dictadura sería sustituida por la dirección de la clase trabajadora encabezada por el Partido Comunista.

Y así fue: en el país se estableció la dictadura del PCUS y de su llamada nomenklatura.

Una fábrica de Armavir

En la ciudad de Armavir visitamos la fábrica de artículos de gomas técnicas donde otra empresa nuestra montaba líneas tecnológicas "Pirelli" - de producción de finísimos guantes para quirófanos. Recuerdo que el apellido del joven Director era Ivanov - el apellido ruso más típico. Sus compañeros le llamaban el "Sultán de Armavir", pues la mayoría de los trabajadores de la fábrica eran muchachas jóvenes.

Cuando nos enseñaba una de las líneas tecnológicas "Pirelli", ya en estado de puesta en marcha, se notaba el respeto que le profesaban sus colegas y los obreros. La fábrica era muy vieja y el Director, que había elaborado valientes planes técnicos para su modernización, intentaba buscar aliados entre los pocos dirigentes que la visitaban, pidiéndoles ayuda para su realización.

Para ilustrar mejor la necesidad imperante de reconstruir los viejos talleres nos invitó a ver la producción de uno de ellos. Allí nos esperaba la joven Jefa de la sección de preservativos. En el taller hacía un calor sofocante y el espectáculo tecnológico que se presentó ante nuestros ojos, acompañado de las explicaciones de aquella muchacha, me causaba rubor.

Pero el peor momento de nuestra visita nos esperaba cuando pasamos a la sección de control. Unas 30-40 muchachas, vestidas con batas blancas que denunciaban la escasez de ropa interior por el calor existente, sometían los preservativos a la prueba con aire comprimido.

Todos los utensilios que participaban en aquella atrasada tecnología parecían haber sido inventados por algún malvado para faltar al respeto a aquellas niñas. La Jefa cogió un preservativo, me pidió que palpase su grosor y las asperezas de su superficie y, sin esperar mi comentario, me preguntó:

¿Es que en Moscú no comprende nadie que estas groseras fundas hieren y destruyen los sentimientos más sagrados del amor?

Aquellos "preservativos soviéticos" se vendían totalmente en el mercado casero, a veces incluso haciendo cola para comprarlos.

Los montadores de rascacielos

En mi visita de inspección en el Territorio de Stávropol conocí a un excelente hombre y amigo. El ucraniano Ignat Matyúschenko, Director de la empresa constructora de la ciudad de Nevinnomysk, llegó aquí siendo un veintenario. Años después el Sóviet urbano de esta ciudad, a cuya construcción Ignat dedicó toda su vida, le concederá a Matyúschenko el Título de Ciudadano Honorífico y se le hará entrega de una Llave de Oro. Para Ignat el trabajo era una fiesta que siempre le causaba alegría.

Cuando llegué era un domingo, pero eso no me preocupaba.

En las grandes construcciones de la Unión Soviética, prácticamente, nunca se paraba el proceso tecnológico; nuestro trabajo era tan necesario para el país como eran los procesos de los altos hornos, la producción de energía eléctrica, el funcionamiento de los hospitales y casas de maternidad, que nunca descansaban. Yo sabía que Ignat también compartía esta forma de ser y pensar. Ambos dedicamos el domingo a la inspección de las obras del Combinado Químico de Nevinnomysk que en el futuro se convertiría en la mayor empresa del país en la producción de abonos químicos.

Ya había comenzado la construcción de una línea tecnológica de producción de abonos complejos de fósforo, potasio y nitrógeno. El suministro de esta línea estaba a cargo de una empresa de Alemania Occidental y debía ser puesta en marcha en el plazo de dos años. Hasta entonces no se habían alcanzado semejantes ritmos en obras análogas. Para conseguirlos había que introducir en el arte de la construcción y montaje algún elemento nuevo. Según mi opinión, debería ser la entonces denominada "planificación en red".

Esta novedad - que ya se empleaba en los trabajos relacionados con la salida al cosmos - obligaba a cada uno de los numerosos participantes de las grandes obras a ser técnicamente disciplinado, recorrer su camino puntualmente y hacer entrega del "objetivo-testigo", ya alcanzado por él, a su relevo, para que éste pudiese iniciar su tramo del recorrido en el momento indicado por la red.

Tal y como yo lo esperaba, Ignat - ingeniero experto - acogió con entusiasmo esta novedad de la ingeniería.

Terminados los asuntos técnicos, Matyúschenko me pidió consejo en lo que era, según su expresión, un "conflicto internacional".

La tragicomedia que narró era más cómica que trágica.

... El mejor restaurante de Nevinnomyssk era el del hotel "Cáucaso", situado en un barrio céntrico. Allí se podía comer bien, bailar y codearse con las personas más distinguidas de la sociedad.

Dos jóvenes rusos - montadores de rascacielos de una de nuestras empresas - residían en el hotel y, después de terminar su jornada de trabajo, en vísperas del domingo, habían encargado una cena con la consabida vodka. Ocuparon una mesa para cuatro personas, comenzaron a beber, picoteaban de vez en cuando los manjares e invitaban a bailar a unas muchachas de la mesa contigua.

Pasado un rato se les acercó la camarera y - por falta de mesas libres - les pidió permiso para que las dos sillas restantes de su mesa las ocupasen dos alemanes, que también residían en el hotel y eran montadores como ellos, aunque trabajaban a pequeñas alturas. Los rusos accedieron y los dos teutones, ya un poco alegres, se sentaron a la mesa.

Los primeros no hablaban alemán y los segundos no sabían nada más en ruso que "da" y "niet", es decir, "" y "no". Pero estos últimos, aunque su vocabulario en ruso era tan pobre, comenzaron a competir con sus colegas de rascacielos en el arte de bailar con las muchachas de la mesa contigua.

Los rusos se pusieron celosos y uno de ellos propuso a su compañero vencer a "Fritz" y a "Otto" - como ellos bautizaron a sus adversarios por desconocer sus nombres - mediante una competición pacífica: bebiendo vodka.

Y lo lograron.

Más tarde los alemanes sólo recordarían que el primer brindis que los rusos levantaron fue "¡Za mir! (¡Por la Paz!)", el segundo "¡Za druzhbu! (¡Por la amistad!)" y el tercero ya lo recordaban mal, algo de "¡Za... ! (¡Por... !)".

Los rusos querían seguir bebiendo y bailar con las muchachas pero sus colegas alemanes, ya ebrios, molestaban aún más. Decidieron invitar a "Fritz" y a "Otto", a dar un paseo. Detrás del hotel había un tranquilo jardincito y, una vez allí, los acostaron en un bonito parterre que en él existía y que estaba iluminado por una farola de neón.

Los desnudaron hasta dejarlos en calzoncillos - sin que los alemanes ofrecieran resistencia alguna - construyeron con sus pantalones, zapatos y camisas unas especies de almohadas que colocaron debajo de sus cabezas, les arroparon el pecho con las chaquetas para que no se constipasen y depositaron en los bolsillos pectorales de las chaquetas unas servilletas en las que escribieron:

¡Achtung! ¡Partizanen!

Eran palabras que le recordaban al montador fuerte su huérfana infancia en un Stávropol ocupado por el Ejército nazi, donde enormes carteles con estas mismas palabras anunciaban la proximidad de los guerrilleros soviéticos.

Una vez terminada la operación los dos montadores de rascacielos regresaron al restaurante y, ya sin competidores, prosiguieron su juerga. Pero, cuando ya parecía que todos se habían olvidado de "Fritz" y de "Otto", una pareja de policías irrumpió en el restaurante buscando a los "guerrilleros". Los policías, al pasar por el jardín en su ronda nocturna, oyeron fuertes ronquidos y se vieron obligados a despertar a los dos desnudistas.

Todos los documentos de éstos, dinero y prendas personales estaban intactos. Pero - aunque nadie había tocado nada ni a nadie - los policías creyeron que el suceso "olía" a conflicto internacional y había que tener cuidado.

Ahora Matyúschenko esperaba la llegada de las víctimas, a las que debía acompañar el responsable de la empresa alemana.

Llegaron los alemanes y, nada más ver sus caras, comprendí que no debía mirarlos, temiendo soltar una carcajada.

La autoridad de Matyúschenko ante los montadores de rascacielos y la del dirigente alemán ante los montadores de poca altura permitieron archivar el suceso sin necesidad de juzgado alguno. Los cuatro reconocieron ser culpables de lo ocurrido, se dieron las manos, pidieron disculpas a los presentes y - riendo a carcajadas y ya sin custodia alguna - abandonaron las oficinas.

Bautizos revolucionarios

Cuando por primera vez visité Prikumsk ésta era una pequeña y tranquila ciudad a orillas del río Kumá. Antes de la Revolución Socialista de 1917 aquella ciudad era conocida con el nombre de Santa Cruz.

Pero las cruces irritaban a los nuevos dirigentes, y en 1920 algún ateo irresponsable decidió bautizar a la ciudad con el nombre neutro de Prikumsk, que en ruso significa "en el Kumá". Quince años después, en 1935, algún otro irresponsable de la misma "Pila Bautismal", decidió bautizar a la ciudad con el nombre de Budyónnovsk, en honor a Semyón Budyonny, héroe de la guerra civil y Comandante del legendario Primer Ejército de Caballería.

En 1957 - después del XX Congreso del PCUS en el que se criticó el culto a la personalidad - otro irresponsable especializado en bautizos geográficos, propuso borrar el nombre de aquel pobre caballero andante y devolver a la ciudad el nombre neutro de Prikumsk.

Pero, desgraciadamente, en 1973 falleció el entonces ya tres veces Héroe de la Unión Soviética Semyón Budyonny. La ciudad volvió a ostentar el nombre de Budyónnovsk.

Cuando escribía esta historia yo, honradamente, no sabía cómo se llamaba la ciudad, pero la Televisión Española me sacó de dudas al comunicar que un grupo armado de unos 30 chechenos había ocupado la ciudad mártir de Budyónnovsk en el Cáucaso del Norte y retenía en sus manos a un gran número de rehenes civiles.

¡Es de verdad bochornoso que una ciudad rusa que se encuentra a un centenar de kilómetros de la República Rebelde de Chechenia - y por cuyo nombre se ha peleado y gastado tanto dinero durante los años del poder soviético - esté tan mal protegida!

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