Leer la primera parte del Prólogo

... Recientemente, el 7 de febrero de 2002, justamente antes de redactar estas líneas, el Príncipe Felipe de Borbón, en su visita al Centro Español de Moscú afirmó entre otras cosas dirigiéndose a los "niños de la guerra" presentes en el acto:

... Vosotros sois la prueba más evidente de que las relaciones entre España y Rusia no se circunscriben a estos últimos 25 años, sino que a lo largo de una buena parte del siglo XX, cuando España no tenía relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, os tenía a vosotros como embajadores...

... Sois el recordatorio último de un drama y también de una ilusión y una esperanza española que sigue siempre viva en nuestros corazones. Aquí os educasteis, y desarrollasteis vuestra vida personal y profesional, constituisteis vuestras familias, muchos de vosotros uniéndoos a ciudadanas y ciudadanos rusos, y aquí ha transcurrido la mayor parte de vuestras vidas. Me consta que vosotros nunca dejasteis de amar y añorar a España. Conservasteis vuestras raíces y costumbres y hoy España está cada vez más viva en vosotros...

... He quedado muy impresionado por la maqueta de monumento que pensáis dedicar a los "niños de la guerra" que fallecieron en la Segunda Guerra Mundial. Vuestro recuerdo para ellos os honra y quiero hacer extensivo a ellos también el agradecimiento de España...

Sin intención de añadir algo a las palabras transcritas, justas y medidas en el lugar donde fueron pronunciadas, puede convenirse que, desde hace tiempo, los "niños de la guerra", por su condición y personalidad, han servido también como embajadores de la Federación de Rusia en España. Así lo expuso Virgilio en carta personal a Gorbachov, al celebrarse el cincuentenario de la acogida de los "niños de la guerra" y así ha resultado ser. En efecto, estos han servido de interlocutores válidos desde su doble condición de españoles y rusos, con sentimientos de lealtad en ambas direcciones, dominando los dos idiomas y, en general, con un alto nivel cultural y profesional. No puede olvidarse, entre otras cosas, que la Unión Soviética ofreció a los "niños de la guerra" algo más de lo proporcionado a sus ciudadanos de origen en materia de formación universitaria. Sin esta generosidad, dadas las circunstancias y los posibles problemas de adaptación, el colectivo de jóvenes españoles se hubiera encontrado porcentualmente por debajo del nivel académico del ciudadano medio de aquel país. Pero, tal como debe saberse, los resultados fueron desproporcionados a favor del conjunto español. Lo cual no elimina que unos y otros se hermanaron al sufrir en sus carnes el enorme esfuerzo conducente a levantar de las ruinas de la guerra a tan enorme país.

Lo anterior no se contradice con el hecho de que parte de quienes regresaron en el primer momento, en 1956 y 1957, quedaran defraudados por las circunstancias que se daban entonces en España. Así, a las dificultades laborales, fuerte paro y escaso desarrollo social se unió la desconfianza política oficial materializada en la vigilancia policial y la obligación de pasar por la comisaría periódicamente. Así ha sido manifestado, en reportaje ampliamente divulgado, por Rosario García y José Luís Ortega, "niños de la guerra" de origen vasco que viven desde hace años en Vigo. Aunque algunos volvieron a la Unión Soviética, otros mantenían sus deseos de regresar a España. Y al decir España se insiste en la seña común de identidad integradora, como así ha sucedido al autor, Virgilio de los Llanos, que vive junto a la ciudad de Valencia, en Alfafar, sin que Málaga o Madrid, ciudades clave de su vida, le hayan estimulado a cambiar de residencia.

En este rápido bosquejo tampoco puede ignorarse que Rusia y España, por simplificar nuestras realidades, fueron históricamente pueblos con mutua capacidad de seducción, bien mirados recíprocamente unos por los otros, atrayentes y alejados del menor atisbo de fobia. Se ha dicho que ambos países, en gran medida, contuvieron e hicieron retroceder, en dos extremos de Europa, las invasiones islámica y otomana, como las hordas de tártaros y mongoles. Pero valga recordar en el terreno cultural, si sintetizamos drásticamente el atractivo mutuo, que durante el surgimiento del nacionalismo ruso del siglo pasado, la vida artística del gran país buscó particularmente en España un folklore en el que comparar sus propias inquietudes culturales populares. Así, escritores como Pushkin y músicos como Glinca y Rímsky-Kórsakov plasmaron en obras inmortales la influencia que España ejerció en ellos.

Trabajo y amor

Estamos, pues, dispuestos a leer parte importante de la singular vida de una persona, no ante la menor intención de analizar la historia de los "niños de la guerra", como el propio autor advierte en su introducción. Lo sucedido a Virgilio y la interpretación de los hechos tan sólo tendrá zonas de solapamiento con las de sus conciudadanos.

Son muchas las situaciones conectadas al interés histórico que Virgilio relata en su obra. También son numerosos los personajes de relevancia y las personas de relación particular marcadas por la amistad que desfilan por las páginas de su minucioso trabajo. Algunos de ellos apenas se asoman a las mismas, aunque en el archivo familiar de Virgilio de los Llanos se acumulen cartas y documentos que ampliarían en gran medida la obra que se prologa. Con gran seguridad, leyéndose el extenso relato como una atrayente novela de calidad, los diversos lectores que habrían sido atraídos por la materia podrán encontrar diferentes pasajes de su particular interés, despertando también su curiosidad por el tratamiento que Virgilio proporciona a quienes van apareciendo en escena.

En este escrito inicial no se trata ni se pretende emitir valoraciones, como tampoco destacar preferencias necesariamente subjetivas. Sin embargo, parece razonable exponer dos cuestiones que se encuentran casi permanentemente a lo largo de las presentes Memorias de Virgilio de los Llanos. Sin orden de prelación, produce asombro saber del intensísimo trabajo que el autor efectuó durante sus 54 años transcurridos en la Unión Soviética. Además, después de largas jornadas de trabajo, robando horas al lógico descanso, Virgilio fue traduciendo, del ruso a la lengua española, numerosas obras, fundamentalmente de carácter técnico o científico. Será difícil no preguntarse para qué o a qué fin tanto esfuerzo y privación. Inmediatamente podrá interrogarse sobre cómo el autor fue capaz de soportar tan largos períodos de intenso trabajo salpicados de dolorosas y largas temporadas de ausencia de sus seres más próximos y queridos. Las respuestas resultan muy elementales, partiendo de la circunstancia ya señalada de la amistad con el amor.

Virgilio, hombre de convicciones, capaz de ilusionarse con todas sus consecuencias y sin regateo alguno con los proyectos solidarios, ha creído siempre en lo que hacía, encaminando sus esfuerzos en beneficio prioritario de los demás, ayudando, mejorando y construyendo. Al mismo tiempo, manteniendo la esperanza, siempre miró hacia delante, con la ilusión puesta en el progreso de la sociedad a la que sirvió prácticamente sin condiciones. Pero este idealismo se hubiera desmoronado sin la voluntad de amar a los semejantes y, muy particularmente sin su espléndida mujer de toda su vida, Inna Alexandrovna Kashéeva, de la que se enamoró y con la que vive en matrimonio desde los 23 años de edad. Inna era una joven muy guapa, tal como se advierte en las fotografías de la época, lo cual no deja de ser accidental o epidérmico aunque no pasajero ya que hoy es a todas luces una bella señora. Pero lo más importante es que los dos fueron y son generosos recíprocamente, clave indiscutible de una excelente convivencia y de todo amor duradero. Al mismo tiempo, también ambos son positivos y optimistas, cultos y cultivados, compañeros que o caen jamás en el tedio, que han vivido por y para su amor sin olvidarse jamás de un entorno que han ensanchado hasta rebasar los límites de sus dos patrias comunes.

En razón de lo anterior, por más que los diversos períodos históricos que transcurren en la obra mantengan un gran atractivo, no extrañará que muchos lectores se impresionen de manera especial con los aspectos estrictamente humanos de Inna y Virgilio. Por no robar más espacio, valorando todos y cada uno de los diversos períodos tratados por el autor, se particulariza los dicho anteriormente en las páginas dedicadas a la crisis del Caribe. Estas nos acercan fluidamente a tiempos aparentemente lejanos para quienes nacieron con posterioridad a los tensos momentos en los que se rozaba el estallido de una guerra nuclear. Pero, ¿cómo es posible que en Cuba permanezca Fidel Castro mientras que la Unión Soviética se desmembró y el comunismo se difuminó como la forma de Estado? En el libro el autor muestra la presencia fresca de un Ernesto Che Guevara que se convertiría en un mito mundial. También el fracaso de los Estados Unidos, posiblemente ante la humillación más importante de toda su historia, que se ha prolongado increíblemente hasta nuestros días. Pero sobre todo ello, por encima de los épicos esfuerzos en la electrificación y construcción, en el Volga, los Urales y el Cáucaso, priva y emociona el hermoso amor entre Inna y Virgilio con un dramático momento vivido en Cuba. Este culmina en los momentos de dolor y angustia, cuando la gangrena va invadiendo el pie de Virgilio y los médicos tienen que amputárselo. Las palabras de amor escritas por Inna, emotivamente maravillosas, con gran seguridad, proporcionaron ánimos, esperanza y salud a Virgilio. Deseemos, pues, una vida bíblica a los dos, en beneficio de ellos, de los suyos y de nosotros, confiando que Virgilio de los Llanos nos obsequie con muchas de las cosas que han quedado en su archivo de familia.

Escrito por Luís Font de Mora, Conseller d'Agricultura, Pesca i Alimentació de la Generalitat Valenciana (1983-1993)

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